La necesidad del ser humano por medir el tiempo existe desde el inicio de las primeras culturas. Lejos de ser tan sólo una curiosidad, las grandes civilizaciones lo adoptaron y se sirvieron de él para delimitar la llegada de las estaciones, épocas de cultivo y otros empleos.
Las evidencias históricas más antiguas indican que el primer calendario solar fue creado en el Antiguo Egipto, a principios del tercer milenio adC; surgió de la necesidad de predecir con exactitud el momento del inicio de la crecida del río Nilo, que tiene una periodicidad anual, acontecimiento fundamental en una sociedad que vivía de la agricultura. Este calendario tenía un año de 365 días, dividido en tres estaciones, meses de 30 días y decanos de diez días.
Finalmente se adoptó el uso de el calendario común de 304 días distribuidos en 10 meses, que poco tenía que ver con los criterios astronómicos, y era modificado al antojo de funcionarios y políticos para retrasar el pago de impuestos, prorrogar la duración de un cargo, etc. La realización de este calendario acabó con que el invierno fuera fechado en el otoño astronómico, por lo que Julio Cesar acabó con el desfase ordenando la realización de un nuevo calendario, el romano o calendario juliano. Esta adaptación fechaba las estaciones y sus fiestas romanas correspondientes concordando con el momento astronómico en el que sucedían.
El nuevo calendario se implantó en el año 46 adC con el nombre de Julius y mucho después de juliano, en honor a Julio César. Únicamente en ese año, se contaron 445 días, en vez de los 365 normales, para corregir los desfases del calendario anterior, y se le llamó año de la confusión. Para ello, se agregaron dos meses, entre noviembre y diciembre, uno de 33 días y otro de 34, además del mes intercalado en febrero.
el calendario juliano consideraba que el año trópico estaba constituido por 365,25 días, mientras que la cifra correcta es de 365,242189, es decir, 365 días, 5 horas, 48 minutos y 45,16 segundos. Esos más de 11 minutos contados adicionalmente a cada año habían supuesto en los 1257 años que mediaban entre 325 y 1582, un error acumulado de aproximadamente 10 días, por lo cual se instauró el calendario gregoriano, nuestro actual calendario. Su nombre proviene de su principal promotor el Papa Gregorio XIII, que lo sustituyó en 1582.
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