El castillo era muy conocido en la Edad Media pero su origen es más antiguo y tiene
precedentes en la Grecia clásica. Se utilizaba como cerco defensivo una mera empalizada
de madera, pero la evolución del armamento y de las técnicas militares hicieron inservible
este procedimiento; más adelante, se confió en la solidez de las construcciones en piedra y
en la altura de los muros que con este material podía alcanzarse.
Durante la Edad Media, el castillo no sólo cumplía funciones militares, sino que servía
también de residencia a los señores de la nobleza y a los propios reyes, derivando con
el tiempo en un auténtico palacio fortificado. Si bien podía estar enclavado en los núcleos
urbanos, lo común es que se situase en lugares estratégicos, normalmente en puntos elevados
y próximos a un curso de agua para su abastecimiento, desde donde pudiera organizarse
la propia defensa y la de las villas que de él dependían.
Las partes principales de un castillo son:
La muralla. Todo el recinto va cercado de una alta y gruesa muralla con un camino que
la recorre en su parte superior. De trecho en trecho, se intercalan en la muralla cubos o torreones
que permiten diversificar los ángulos de tiro y defenderse.
Todos los lienzos suelen estar rematados por almenas para la protección de los defensores.
También es habitual disponer garitas voladas para mejorar las condiciones
de tiro sobre los asaltantes. Al pie de la muralla y rodeándola por el exterior
se abre a veces un foso para impedir la aproximación del enemigo;
se salva con puentes levadizos. Puede haber más de un anillo defensivo amurallado