Cuentan que Paul Klee estaba en su apartamento con un gato, cuando vino a verle un coleccionista. Mientras hablaban,
el gato tuvo la genial idea de estampar sus pezuñas sobre un lienzo que se estaba secando en el suelo. Alarmado, el coleccionista recriminó al felino y lamentó haber sido testigo del estropicio. Paul Klee le restó importancia a lo ocurrido y se quedó admirando las pisadas de colores del minino sobre su obra: "En el futuro, la gente se preguntará cómo lo he hecho para conseguir ese maravilloso efecto".
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